En 1747, a bordo de un barco de la marina británica, el médico James Lind fue testigo de una tragedia repetida: marineros debilitados, vencidos por una enfermedad que nadie entendía. El escorbuto diezmaba a las tripulaciones, hasta que Lind decidió hacer algo distinto. Seleccionó a doce marineros enfermos, los dividió en grupos, y a cada uno les ofreció un tratamiento diferente. Solo aquellos que recibieron cítricos mejoraron. Así nació, en medio del océano y con recursos limitados, el primer estudio clínico del que se tiene registro.

Ese acto sencillo, casi intuitivo, marcó el comienzo de una nueva forma de entender la medicina. Ya no bastaba con la costumbre o la autoridad. Lo importante era preguntarse qué funciona, y demostrarlo con pruebas. Con ese gesto, nació una de las herramientas más valiosas que tenemos hoy en salud: el estudio clínico.

Una pregunta que cambió la historia de la salud

Gracias a este diseño, la medicina dejó de avanzar a ciegas. Los tratamientos, las vacunas, los procedimientos quirúrgicos y las terapias físicas pasaron por un tamiz riguroso antes de ser recomendados. Y esa exigencia dio origen a lo que hoy llamamos práctica basada en evidencia: un enfoque que une la mejor evidencia disponible con la experiencia clínica y las preferencias de cada persona.

Ahora bien, hay una condición ética fundamental: ningún estudio clínico puede llevarse a cabo sin la aprobación de un Comité Ético Científico acreditado por el Ministerio de Salud en Chile. Estos comités independientes, acreditados y formados por profesionales de distintas disciplinas, revisan cada protocolo, velan por los derechos y el bienestar de los participantes, y aseguran que toda intervención se realice con respeto, consentimiento informado y criterios científicos sólidos.

La medicina moderna

En este contexto, una ciudadanía informada cumple un rol clave. Conocer qué son los estudios clínicos, cómo se protegen los derechos de quienes participan y por qué estas investigaciones son esenciales para la medicina moderna, fortalece la confianza pública, la participación activa y el ejercicio del derecho a decidir con autonomía.

En el Día Internacional del Ensayo Clínico, recordamos que el verdadero progreso no nace del azar, , sino de la voluntad de hacer preguntas con humildad y buscar respuestas con rigor.

Celebrar esta fecha es también valorar la ciencia, la ética y la generosidad de quienes participan, sabiendo que su contribución hoy abre camino a los tratamientos del mañana.